Cuando opinamos sobre una obra de arte estamos emitiendo un juicio estético. Este juicio contendrá un valor, el cual podrá ser positivo o negativo respecto a la obra apreciada. Podríamos adentrarnos en la espesura de la Axiología y dentro de ella encontrarnos frente al debate sobre si los valores son objetivos o subjetivos. Ese taco tan sabroso que comiste te gustó porque estaba bien hecho (objeto) o porque así lo dictaminó tu gusto (sujeto). Más allá de estas disquisiciones, debemos diferenciar el juicio estético del juicio moral.
Si afirmamos que una conducta determinada es ética, se establece una adecuación entre una norma o imperativo moral y una acción humana concreta. No hablo en chino pero puedo traducirles. Si me comí el taco debo pagarlo. La norma o el imperativo moral me dice que lo correcto es pagar por lo que uno consume (aunque sea comida chatarra).
Con los juicios estéticos no sucede lo mismo. Ellos se formulan como resultado de una experiencia inmediata, unitaria y personal. Con esto decimos que la estética no puede establecer criterios previos de belleza, es decir, no podemos hablar de un deber ser como sí sucede en la ética.
El apreciar una pintura, vivir una experiencia estética, supone finalmente emitir un juicio estético. El conflicto aparece cuando juzgamos una obra desde el punto de vista moral, es decir, emitimos un juicio moral dejando de lado lo estético.
“La Lección de Guitarra” (1934), obra de Balthazar Klossowski de Rola, mejor conocido en el mundo del arte como Balthus, produce en nosotros una reacción inmediata. ¿Nos perturba? ¿La valoramos en su real dimensión?
Haciendo pesquisas en la Web me encontré con el blog “Como un centinela helado”, en el cual se emite un juicio moral sobre “La lección de Guitarra” así como una descripción muy distendida: “El degenerado de Balthus pintó un cuadro que tituló la lección de guitarra y que de lección de guitarra tiene bastante poco. Aparece una guitarra claro pero está en el suelo junto a la mano lacia de la estudiante que está tendida de espaldas medio en pelota sobre la falda entreabierta de una señora con cara de gozadora y más encima con una teta al aire y puntuda para arriba como las babuchas del profeta y que para colmo le está haciendo así: cuchi-cuchi con los dedos entre los muslos. La melena de la niñita cuelga pesada y café como una cortina y su mano siniestra empuña el escote del lado que saltó la teta de la profesora que con su mano también siniestra le tiene tomadas las mechas mientras con la otra mano le tiene los dedos donde ya dije. En lo que concierne al título lo mismo podría llamarse La guitarra o La pantufla ya que lo mismo aparecen las dos desviando la atención de lo esencial: la vulva imberbe de la impúber.”
En una de las cartas que Balthus escribe a Antoinette de Watteville, con quien tuvo una comunicación epistolar cerca de diez años antes de hacerla su esposa, le comenta sobre esta pintura: «Preparo una nueva tela. Una pintura mas bien feroz -debo comentártelo- porque si no puedo decírtelo a ti a quien - es una escena erótica. Pero comprende bien, esto no tiene nada gracioso, nada de esas pequeñas infamias usuales que se muestran clandestinamente. He pintado con sinceridad y emoción toda la tragedia palpitante de un drama sobre una silla, proclamando las leyes inquebrantables del instinto. Volver así al contenido apasionado del arte. Muerte a los hipócritas! Una mujer la da una lección de guitarra a una chica. Después de hacer vibrar las cuerdas del instrumento hace vibrar a la chica»
Lo cierto es que Balthus se basó en el poema del “maldito” Baudelaire: “Lesbos”, que forma parte del conocido poemario “Las Flores del Mal”. Si leemos la cuarta estrofa percibimos la escena del cuadro: Lesbos, terre des nuits chaudes et langoureuse / qui font qu’à leurs miroirs, stérile volupté! / Les filles aux yeux creux, de leur corps amoureuses, / Caressent les fruits mûrs de leur nubilité. (Lesbos, tierra de noches cálidas y lánguidas / que sólo hacen mediante sus espejos, estéril voluptuosidad! / Las chicas de ojos huecos, de su cuerpo enamoradas, / Acarician los frutos maduros de su nubilidad).
Es necesario precisar que, para muchos críticos Las Flores del Mal es un “tratado moral” dentro del contexto social francés del siglo XIX. En el prólogo –escrito por el propio Baudelaire– advertimos una profunda interpelación a las degradaciones morales que corroen las bases espirituales de la condición humana a través de su paso por las diversas edades de la historia. Es latente pues la crítica a la falsa moral de una época, la cual se mantiene vigente hasta nuestros días.
En su libro autobiográfico “Mémoires de Balthus” (Memorias), extraordinario testimonio de su
filosofía, publicado el mismo año en que muriera (2001), hace un breve comentario al respecto: Se ha dicho que mis niñas desvestidas son eróticas. Nunca las pinté con esa intención, que las habría convertido en anecdóticas, suplerfluas. Porque yo pretendía justamente lo contrario, rodearlas de un aura de silencio y profundidad, crear un vértigo a su alrededor. Por eso las consideraba ángeles. Seres llegados de afuera, del cielo, de un ideal, de un lugar que se entreabrió de repente y atravesó el tiempo, y dejó su huella maravillada, encantada o simplemente de icono. Sólo una vez pinté un cuadro a modo de provocación. En 1934, cuando la galería Pierre expuso mis cuadros Alice, La calle, Cathy vistiéndose y, entre bastidores, La lección de guitarra, que se consideró «demasiado atrevida» para una época que, sin embargo, no dudaba en provocar con los delirios cubistas y surrealistas.
La concepción moralista del arte tiene vieja data. Tolstoi en su obra ¿Qué es el arte? Dice: “el arte es la criada de la moralidad”. Y agrega: “El arte puede transmitir al pueblo ideas heterodoxas; puede turbarlo e intranquilizarlo y, puesto que acentúa la individualidad y el desviacionismo más que la conformidad, puede resultar peligroso y socavar las creencias que (piensan) sirven de base a nuestra sociedad.
En la otra orilla encontramos al esteticismo que (felizmente) ve las cosas de otra manera. Para esta concepción, la experiencia del arte es la suprema experiencia accesible a la humanidad, y nada debería interferirla. Si entra en conflicto con la moralidad, tanto peor para la moralidad; y si las masas no saben apreciarlo o no admiten la experiencia que les ofrece, tanto peor para las masas.
Los valores estéticos, aunque muy superiores a lo que la mayoría de la gente piensa, son no obstante unos pocos entre muchos. Siendo así, difícilmente podemos comportarnos como si los demás valores no existiesen. Por eso, debemos considerar la relación de los valores estéticos con los otros valores que nos ofrece la vida.
La lección de guitarra, ciertamente, no es una obra fácil de abordar libre de prejuicios. He mostrado esta pintura a mis alumnos del curso de Apreciación del Arte, y es común observar cierto disturbio es sus caras. ¿Es posible liberarnos de todo prejuicio moral al observar una pintura? Puede sonar soberbio pero no todos están preparados para ver indiscriminadamente obras de arte. No pretendemos limitar la libertad del disfrute artístico pero, esta concesión llevará irremediablemente a una situación de censura de la obra que se observa y seguramente no se comprende. Apreciar una pintura en toda su dimensión tiene mayor vinculación con el terreno del conocimiento que con el mero “gusto”. Si toda mi vida he ingerido comida chatarra tendré un paladar entrenado para apreciar y quedar satisfecho con un magret de canard o tal vez lo critique porque le hace falta algunas papas fritas?